4. La
Madre que lleva en sí al Salvador –El arca de la alianza
(2Sam
6,1-2.9-15)
Los rostros de María en la Escritura
Dios acompaña a su
pueblo fielmente, no se cansa jamás de estar presente. En el Antiguo
Testamento, el arca de la alianza es el símbolo de esta presencia de Dios en
medio de su pueblo. Un símbolo que se concretiza en el Nuevo Testamento con la
verdadera arca de la alianza que es una persona viva: es la Virgen María. Dios ha
elegido a María para ser la nueva arca, que lleva en su vientre al Hijo de Dios
hecho hombre, Jesús nuestro salvador.
Para el pueblo de
Israel, el arca era signo de la alianza entre Dios e Israel, establecida sobre
la base de la Torá, la ley, escrita sobre dos tablas de piedra, estaba
contenida en ella (2 Cr 5, 10). El arca era el santuario itinerante en el
desierto, el escabel donde Dios apoyaba los pies. En el arca se entrecruzan dos
motivos centrales de la fe de Israel: la palabra y la presencia de Dios se hace
presente en la palabra, que al mismo tiempo se hace encuentro personal con el
pueblo. En el camino hacia la tierra prometida el arca aseguraba la salud y el
honor del pueblo, revelando así su fuerza divina que, sin embargo, era
accesible solo a los sacerdotes. Por este motivo la Escritura nos presenta al
rey David lleno de asombro y también de miedo frente al poder
sagrado-destructivo del arca (2Sam 6,9). Después de la victoria contra los
filisteos, él quería transportar el arca a Jerusalén, para tenerla siempre
cerca. David aún teme desencadenar la ira del Señor y, por este motivo, hace
que el arca permanezca tres meses en la casa de Obededom de Gat. Como en estos
tres meses el Señor bendijo con creces a Obededom y a su familia, David decide
llevar el arca a Jerusalén, con gran alegría (2Sam 6,15).
El exegeta francés R. Laurentin
identifica una fuerte analogía entre la narración del peregrinaje del arca
hacia Jerusalén y la narración de la Visitación de María a la prima Isabel:
ambas narraciones se abren con las expresiones “se levantó y partió” (2Sam 6,2;
Lc 1,39); ambas narraciones concluyen con una explosión de alegría (2Sam 6, 12-15; Lc 1,44); el arca sube a la
ciudad de David (2Sam 6,12), como María sube a la montaña, hacia la casa de
Zacarías (Lc 1,40). Además, en las dos narraciones encontramos dos
exclamaciones muy similares, aquella de David frente al arca: “¿Cómo voy a
llevar a mi casa el arca de Yahveh? (2Sam 6,9) y aquella de Isabel frente a
María: “¿Cómo es que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1,43). Estas dos
exclamaciones nos ayudan a reconocer la semejanza entre el arca de la alianza,
sede de la presencia de Dios, y María, que con Jesús en el vientre, es la sede
de la perfecta presencia divina en medio de la humanidad. María acogió en sí a
Jesús: ha acogido en sí la Palabra viviente y todo el contenido de la voluntad
de Dios; ha acogido en sí a Aquel que es la nueva y eterna alianza, que culmina
en el ofrecimiento de su cuerpo y de su sangre en el sacrificio pascual.
Para
orar con la Palabra (2 Sam 6, 1-2.9-15)
1.
Me
pongo en la presencia de Dios. Imagino que me encuentro en la escena, en medio
del pueblo que lleva el arca de la alianza y expreso al Padre el deseo de
reconocer, como han hecho David y María, su presencia y su acción en mi vida.
2.
Invoco
la ayuda de Espíritu Santo repitiendo lentamente: ¡Ven Espíritu Santo, entra en lo profundo de mi ser y haz de mí un
espacio habitado de la Palabra! Llena mis ojos de tu luz, para que sepa
reconocer tu presencia y tu obra en las hermanas, en los jóvenes, en todos
aquellos que encuentre. ¡Santo Espíritu, hazme, como María, portadora de vida y
de esperanza! Amén.
3.
Leo
lentamente el pasaje de 2 Sam 6, 1-2.9-15. Me detengo en tres puntos:
ü El viaje – levantarse
y partir (vv. 1-2). David se levanta y parte para estar con el Señor e implica
a muchos en su viaje. ¿Soy capaz de salir de mí misma para ir adonde me espera
el Señor?
ü La presencia y el
temor (vv. 9-11). Frente a la presencia del Señor en el arca, David siente
temor. También Isabel y María se preguntan: ¿Cómo
es posible que Dios esté así, tan cerca de nosotras? ¿He sentido temor por
la presencia del Señor? ¿Cómo me acerco a su presencia: en la Palabra, en la
Eucaristía, en el prójimo?
ü La alegría (vv.
12-15). La bendición del Señor sobre Obededom llena a David de alegría. ¿Sé
gozar por la presencia benevolente de Dios en María, en mí, en quien me está
cerca? ¿Sé ser bendición?
4.
Concluyo
la oración con un coloquio corazón a corazón con María: le expreso mi gratitud,
mi gozo, mis fatigas frente a su y a mi ser arca de la presencia de Dios en el
mundo.
5.
Magníficat.
Después de haber
concluido mi oración, me detengo a reflexionar: ¿Qué me ha sugerido el Espíritu
en la oración? ¿Me ha animado o confirmado? ¿Me ha enviado a dar un paso de
conversión? ¿Cómo pienso corresponder al don recibido en la oración?
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