lunedì 15 gennaio 2018

SP 24 GENNAIO 2018

La ayuda poderosa contra el enemigo – Judit 13,11-20
Los rostros de María en la Escritura
El libro de Judit nos presenta una narración ejemplar, una especie de parábola, que tiene el objetivo de alimentar la fe y la valentía de los israelitas, oprimidos por la dominación helenística. La narración se desarrolla en tres cuadros: en el primer acto, muy vasto, se introducen los personajes principales (cap. 1-7). En el acto central el drama es dominado por la figura alrededor de Judit (cap. 8-13). Poderosa es la escena del festín de Holofernes y la audacia de la viuda que corta la cabeza al general con un golpe de sable. En el tercero y último cuadro (cap. 14-16) se tiene la celebración de la heroína.

La tesis central de la narración es la misma que María cantará en su Magníficat: Dios tiene el poder de cambiar el destino de quien se ha confiado en Él, exaltando a los débiles y humillando a los poderosos. La confianza en Dios, la observancia de la Ley, la fidelidad a la alianza son el escudo de Israel. El Señor interviene al lado de su pueblo dirigiendo personalmente su lucha por la libertad y llevando a los justos a la victoria final contra las poderosas políticas y sus ídolos inertes. El libro revela también reflejos apocalípticos. La historia está bajo el juicio de Dios y está netamente separada en dos campos antitéticos: bien y mal, Israel y los enemigos, Dios y poderes terrenos; tiempo presente y eternidad futura. El choque no puede más que tener un éxito: el triunfo del bien. Las intervenciones divinas son, por tanto, decisivas; la oración es el remedio a todas las situaciones trágicas, como imploración para que aparezcan las soluciones del Señor.
Mirando a Judit vemos qué puede hacer una mujer que se confía totalmente en Dios. Por esto, en su historia, la Iglesia ha visto la prefiguración de María, que vence la violencia, el mal, el anticristo, con su humildad, en el nombre de su Señor. La gloria de Judit, como aquella de María, nace de su capacidad de hacerse colaboradora de la obra de salvación divina. La lectura integral del libro está vivamente recomendada. Para la meditación sugerimos algunos versículos de la parte final.

Para orar con la Palabra (Judit 13,11-20)
Me pongo en la presencia de Dios. Imagino encontrarme dentro de la escena, en medio del pueblo en espera del regreso de Judit y pido al Padre la gracia de contemplar y de imitar su valentía en la lucha contra el mal.
1.     Invoco la ayuda del Espíritu Santo repitiendo lentamente esta (u otra) oración:
“Espíritu Santo, revísteme de tu luz de verdad y lléname de tu poder de amor. Ven a mí y ayúdame a reconocer la profundidad, la anchura y la belleza de mi vocación de Hija de María Auxiliadora, auxilio potente de Don Bosco en su lucha contra el mal. Como has hecho con María, hazme digna de la misión que el Padre ha pensado para mí y úneme estrechamente a Jesús: a su valentía, a su humildad, a su entrega sin límites por la salvación de la humanidad. Amén”.
2.     Leo lentamente el texto del libro de Judit 13,11-20. Mi detengo en tres puntos:
-la victoria inesperada de Judit (vers. 11-14): gracias a la fe y a la valentía de Judit, Dios ha podido intervenir y salvar al pueblo, en una situación que parecía desesperada. Quizás también cerca de mí existen personas o situaciones desesperadas, trato de mirarlas con la mirada de Judit.
-la cabeza de Holofernes y la mano de Judit (vers. 15-16): Holofernes es la encarnación de la serpiente antigua, de la cual Dios había prometido que sería derrotada por una mujer y por su descendencia (Gén 3,15). Judit es consciente de sus dotes naturales, la belleza y la astucia, y las pone sin temor a disposición de Dios, para el bien del pueblo. ¡Y Dios actúa por medio de su mano! ¿Conozco mis dotes naturales? ¿Los estoy poniendo con valentía al servicio de Dios, en favor de su pueblo?
-la exaltación de Judit (vers. 17-20): Judit, como María, es una mujer humilde porque está liberada de sí misma y toda entregada a Dios y al pueblo. Por esto Dios la bendice y el pueblo la exalta. ¿He madurado en mí la libertad interior, la capacidad de alabar a Dios por aquello que cumple en mí y en quien está cerca de mí?
5. Concluyo la oración con un coloquio de corazón a corazón con María: le expreso mis sentimientos, mis miedos, mis dudas y fatigas frente a los males que amenazan a las personas que el Señor me confía en este momento de mi vida.
6. Padre Nuestro.


Después de haber concluido la oración, me detengo a reflexionar un poco: ¿Qué me ha sugerido el Espíritu en la oración? ¿Me ha animado y confirmado? ¿Me ha invitado a dar un paso de conversión? ¿Cómo pienso corresponder al don recibido en la oración?

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