6. La Mujer de la Escucha- ¿Quién es mi madre? (Mc 3,31-35)
Los rostros de
María en la Escritura
“María es más feliz de recibir la
fe de Cristo que de concebir la carne de Cristo”. Con estas palabras San
Agustín nos ofrece la inspiración para interpretar este texto evangélico, que
ha suscitado, desde la antigüedad, animadas discusiones y perplejidad con
relación a María y al parentesco con Jesús. El texto, el único en todo el
evangelio de Marcos en el cual se habla de la Madre de Jesús, quiere poner en
evidencia algo esencial con respecto al misterio de Cristo, el misterio de la
Madre y el misterio de todos aquellos que desean seguir a Jesús.
Jesús está enseñando a la muchedumbre, cuando, sin preaviso, sus
parientes llegan a buscarlo. Entre ellos está presente también María. ¿Qué
habrán pensado los presentes? Quizás habrán envidado a los parientes de Jesús,
sobre todo a su madre, por el gran privilegio de poder estar así ¡tan cerca de
Él! Jesús se da cuenta y aprovecha la ocasión para enseñar a todos que no son
los vínculos de sangre los que determinan la comunión profunda con Él y la
pertenencia a su familia que es la Iglesia. Lo que es determinante es la
obediencia a su Palabra, que nos introduce en el Reino del Padre. Poniendo en
práctica su Palabra, entramos en una relación interpersonal con Jesús que tiene
el sabor de familia, con sus afectos, su solidaridad, su espontaneidad,
intimidad y don recíproco.
María es la realización más perfecta, más profunda y más fecunda de esta
familiaridad con Jesús, en la cual el Padre desea implicar a todas sus
creaturas. Lo que más cuenta, en efecto, no es concebir al Hijo en el vientre,
sino en la intimidad del corazón. Y podemos estar seguros que esta concepción sucede
solo cuando la Palabra escuchada se pone en práctica. Jesús mismo compara este
proceso con la historia de la semilla que cae en tierra buena y da mucho fruto.
Como María, que ha conservado cada palabra y cada gesto de Jesús en su corazón
y ha dado mucho fruto para la salvación del mundo, del mismo modo, se
convierten en “tierra buena” para el reino del Padre aquellos “que escuchan la
palabra con corazón bueno y generoso, la conservan y por su perseverancia dan
frutos” (Lc 8, 15). Escuchar la Palabra de Jesús y hacer la voluntad del Padre
son dos momentos de un único proceso, en el cual María nos puede hacer de guía
y de maestra, de modo que también nosotros podamos ser verdaderos parientes de
Jesús: sus hermanos, hermanas y madres.
1.
Me pongo en la presencia de Dios. Imagino que me encuentro dentro de
la escena, en medio de los discípulos en escucha de Jesús que habla del Reino
del Padre. Pido la gracia para comprender hasta el fondo el tipo de relación
que Jesús quiere sostener conmigo y con todos sus discípulos.
2.
Invoco la ayuda del Espíritu Santo repitiendo lentamente esta (u otra)
oración: “Ven, oh Espíritu Santo, ven por María, y danos un corazón grande,
abierto a tu silenciosa y poderosa palabra inspiradora, y cerrado a toda
mezquina ambición, un corazón grande y fuerte para amar a todos, para servir a
todos, para sufrir con todos, un corazón grande, fuerte, que sólo sea feliz si
palpita con el corazón de Dios” (Pablo VI).
3. Leo lentamente el texto del
Evangelio de Marcos 3,31-35. Me detengo en tres puntos:
ü Una relación con sabor a familia (v. 31-32): la llegada improvisada de los
parientes de Jesús suscita la curiosidad y la admiración de la muchedumbre.
¿Siento el deseo de hacerme “verdadera pariente” de Jesús? ¿Qué hago para
crecer siempre más en la familiaridad con Él?
ü Dirigiendo su mirada a todos (v. 33-34): Jesús no quita la mirada de la
muchedumbre, quiere incluir a todos en su familia más reducida, e incluso, en
la muchedumbre, ama personalmente, uno por uno. Propiamente hoy, Él detiene su
mirada en mí y me invita a una relación más profunda con Él.
ü Escuchar para poner en práctica (v. 35): solo quien hace la voluntad del Padre es
verdadero pariente de Jesús. ¿Existen algunos aspectos de la enseñanza de Jesús
que he escuchado muchas veces pero que no logro poner en práctica? ¿Qué me lo
impide?
4. Concluyo la oración con un
coloquio corazón a corazón con María: le expreso mis sentimientos, mis miedos,
mis dudas y las fatigas que experimento al escuchar la Palabra de Dios y
ponerla en práctica.
5. Padre Nuestro.
Después
de haber concluido la oración, me detengo a reflexionar un poco: ¿Qué me ha
sugerido el Espíritu en la oración? ¿Me ha animado y confirmado? ¿Me ha
invitado a dar un paso de conversión? ¿Cómo pienso corresponder al don recibido
en la oración?
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