7.
La Mujer de la Alabanza –el Magníficat
Los rostros de María en la Escritura
El canto del
Magníficat es el discurso más largo que la Escritura atribuye a María.
Meditarlo con atención, a la luz del Espíritu, es como zambullirse en la
interioridad de nuestra Madre y Auxiliadora. Es un texto poético que interpela
no solo por aquello que dice, sino por cómo lo dice. Por esto, Sor María Romero
lo oraba, no solo una vez al día, sino al compás de cada hora.
En el
Magníficat podemos descubrir un verdadero y propio “discurso sobre Dios”,
porque es un himno que canta el triunfo de Dios, obtenido mediante los pobres,
los sencillos, los olvidados por los poderosos de la tierra. Por esto, para
cantar el Magníficat con María, debemos sintonizarnos con el corazón de Dios y
con el corazón de los pobres del Señor, que están presentados en la
espiritualidad bíblica: los últimos, los enfermos, los oprimidos, las viudas,
los huérfanos, los marginados, pero, sobre todo, aquellos que, en sus
dificultades confían en Dios y no ceden a la tentación del rencor, de la
violencia, de la desesperación.
La oración
de María es bíblica, entretejida de citas y reminiscencias
veterotestamentarias; es esencial y concreta, porque tiene en el corazón la justicia
y la liberación. Es cristológica, porque está centrada en el anuncio del
nacimiento del Dios Niño que toma carne en Ella; y también porque anticipa la
oración de Jesús, que, exultando en el Espíritu Santo, bendecirá al Padre por
su predilección por los pequeños (Lc 10,21.22). Es una oración universal,
porque puede ser proclamada por todos los hombres de buena voluntad, en favor
de todos los pobres y los humillados, sobre los cuales se extiende el manto
amoroso de la misericordia de Dios.
El
Magníficat inicia una explosión de alegría del alma, que reconoce la acción
maravillosa de Dios. María expresa con gran libertad sus sentimientos de
felicidad en la fe, de asombro en la contemplación, de paz en la donación. En
la segunda parte del himno se presenta la actitud de Dios hacia los más pobres,
los débiles, los últimos. También Jesús sigue esta lógica: se presenta como un
Mesías que no irrumpe en el mundo con grandiosidad, sino que nace de una mujer
humilde y sencilla. Esto es el escándalo de la cruz, que ha sido testimoniado
con fuerza y conciencia por la primera comunidad cristiana
Para orar con la Palabra (Lc 1, 46-55)
1.
Me pongo en la presencia
de Dios. Imagino que me encuentro cerca de María que canta al Señor por todo
aquello que Él ha cumplido en su vida y en la vida de su pueblo. Pido la gracia
de aprender a leer la historia y el momento presente a la luz de Dios.
2. Invoco la ayuda del Espíritu Santo repitiendo lentamente esta (u
otra) oración:
“Espíritu Santo, hazme entrar en los
sentimientos que dan origen al Magníficat. Ponme en sintonía con lo creado y
con el Creador de todo, para captar en la trama diaria de mi cotidiano, tu
acción y la gran misericordia del Padre. Amén”.
3. Leo lentamente el texto del Magníficat (Lc 1, 46-55). Me detengo
en tres puntos:
§
Una sinfonía de alabanza y de sorpresa (vv. 46-48): prorrumpiendo en júbilo, María deja su corazón y al
Espíritu que está en Ella la libertad de cantar las maravillas de Dios en su
vida. ¿Cómo es mi oración? ¿Dejo mi corazón y al Espíritu la libertad de
expresarse, también a través de mis sentimientos?
§
Profunda profesión de fe (vv.49-50):
El Omnipotente ha hecho y hace grandes cosas. ¿Qué me impide
reconocer y creer en la fidelidad de Dios y de su amor? Renuevo el acto de fe
en su poderosa acción salvadora que se manifiesta también en mi debilidad y
fragilidad.
§
Una opción particular por los pobres (v. 51-53) María se
reconoce “pobre” en el Señor y esto la hace profundamente solidaria con los
pobres, los sufrientes, los abandonados de la tierra. Repito lentamente sus
palabras, para que puedan hacer mi corazón atento y solidario como el suyo.
4.
Concluyo la oración con
un coloquio corazón a corazón con María: le expreso mis sentimientos, la
alegría y la gratitud, las dudas y las fatigas que el canto del Magníficat
suscita en mí.
5.
Magníficat.
Después de haber concluido la
oración, me detengo a reflexionar un poco: ¿Qué me ha sugerido el Espíritu en
la oración? ¿Me ha animado y confirmado? ¿Me ha invitado a dar un paso de
conversión? ¿Cómo pienso corresponder al don recibido en la oración?
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