Como Marìa damos todo al Señor (art. 18, 63)
«Le he dicho a Dios:
“Tú eres mi Señor, ningún
bien tengo sin Ti”»
(Sal 16,2)
Como
María, la humilde sierva que lo dio todo a su Señor… nos hacemos disponibles
sin reserva para un servicio a la juventud necesitada, convirtiéndonos en signo
de la gratuidad del amor de Dios (Const. art. 18).
La pobreza del corazón, como liberación de toda forma de
individualismo, es el presupuesto para la misión: el
sacrificarlo todo nos hace prontas a “cooperar con Cristo en la salvación de la
juventud” (art. 22 e 26).
Jesús llama a los Doce y los envía a la misión con
palabras que vibran de urgencia y de tensión, de compromiso radical y de
pobreza. No se distinguen ni por virtud, ni por habilidades particulares o
cualidades específicas. Si les falta algo en el desempeño de su encargo, se les
dará en el tiempo oportuno: se requiere de ellos no servirse de los propios
medios de apoyo o de propaganda; por tanto ninguna mochila, ni pan, ni dinero,
ni vestido para cambiarse... y ni siquiera buscar una habitación más cómoda (en
una casa, permaneceréis hasta que os vayáis de allí). Las recomendaciones son:
el anuncio, el llamado a la conversión, no el éxito. Si no tienen éxito, no les
debe importar, deben simplemente ir a predicar a otro lugar.
A María no se
le dirigió la palabra misión. No era necesaria, porque
nadie más que ella se sentía enviada, en la absoluta singularidad de su
existencia, de total servicio a la causa del Verbo: aquella causa que era
totalmente suya y ella se empeña en transmitirla a quien tiene
necesidad. La unión íntima con Cristo en su condición de madre dilata el
espacio de su servicio misionero: aferrada a Cristo y conquistada por su amor
se convierte en su más fiel reflejo.
Aquello que
destaca al discípulo-misionero no es su valor humano, su creatividad
espiritual, su influencia religiosa, sino la llamada de Jesucristo, la misión
que ha recibido, el sello que le ha sido impreso... El apostolado no habla en
nombre propio, sino en nombre de Cristo. No se deja guiar por la propia ciencia
o por la propia experiencia, sino por la palabra de Dios y por la misión
recibida.
El llamado
de Jesús está centrado en la pobreza y en la valentía. La
misión exige, ante todo, la donación total; las manos deben estar vacías.
La pobreza evangélica
nos permite seguir a Jesús “con corazón más libre” (art. 18),
“disponible sin reservas” a la misión, “convirtiéndonos en signo de la
gratuidad del amor de Dios” (art. 18). La pobreza nos libera el corazón porque
nos abre a la comunión de bienes (cf. art. 25), desprendidas de “cualquier cosa
temporal valorable en dinero” (art. 19). Nos libera “del individualismo y del
deseo de poseer” (art. 21). En la misión nos hace superar las formas del
asistencialismo que no favorecen los procesos de promoción de las personas.
La pobreza
cuando es auténtica nos dispone con mayor eficacia a ayudar a “las jóvenes a
liberarse de la esclavitud de las cosas y a formarse en la capacidad de
compartir y de donar” (art. 23). Nos da la fuerza para ser coherentes y dar visibilidad
al estilo evangélico de vida, un estilo sobrio que “nos sustrae de la lógica de
superioridad y de dominio”.
El celo con
el cual María sale, nos muestra que el partir no depende de la capacidad de las
personas, sino de aquello que ha acontecido. Porque las cosas bellas que
suceden, María las quiere compartir, las quiere llevar los demás.
No basta estar
conscientes de nuestra pobreza, esencial y existencial, sino que es necesario
vivir como María, en esta pobreza, acogiendo en nosotras mismas los sentimientos
de nuestro hermano mayor: Jesús, y dilatar el espacio de nuestro servicio
misionero para ser verdaderamente hijas, hijos, hermanos y hermanas entre
nosotros.
*
* *
Preguntémonos:
v ¿Cuáles actitudes,
coherentes con la experiencia de María, me parece que pueden brotar de un
corazón pobre, donde Él es el Señor, la única riqueza?
v ¿Cuáles opciones de
sobriedad personal, motivadas por una respuesta de amor a Dios y hacia los
otros, vivo en mi pequeño contexto?
v La misión supone una
premura para cumplir aquello que es necesario. Y yo, ¿por qué tengo prisa? ¿qué
motiva mis prisas?
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