"Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra,
nosotras nos entregamos a ti para poder vivir
totalmente
disponibles a Dios para la redención del mundo."
El inicio
del acto de entrega confiada nos sitúa ante el amplio horizonte de nuestra
misión: colaborar con Dios en la redención del mundo. Cada mañana, se nos
invita a ponernos enseguida en el lugar que Dios nos ha preparado: al lado de
Maria, a los pies de la cruz. Es a los pies de la cruz donde María se convierte
en nuestra Madre (Jn 19,26-27). También a los pies de la cruz nuestro regazo virgen se
vuelve fecundo por el don de Dios.
Las
primeras FMA nos han transmitido a menudo el recuerdo del gesto con el que la
madre Mazzarello “en las conferencias y en las buenas noches, e incluso durante
los recreos, les hablaba con frecuencia del amor y de la Pasión de nuestro Señor,
animándolas a amarlo y a hacerlo amar, y a sufrir todo por su amor […] Tomaba en
sus manos el crucifijo que llevaba colgado al cuello, y, señalando con el dedo
la imagen de Jesús, decía: "Él aquí – después, dándole la vuelta y señalando
la Cruz - y nosotras aquí". Así hacía comprender sensiblemente que se debía
vivir crucificadas con nuestro Señor" (Maccono II, 119). Permanecer en íntima
comunión con el Crucificado es el camino seguro para vivir nuestra acción
educativa sin perder de vista que en el centro de nuestra vocación está la
invitación a colaborar en la redención. Lo mismo deseaba para nosotras Don
Bosco, cuando, en las Constituciones de 1885, nos invitaba a ser lo que tenemos
que ser, "es decir, esposas de Jesucristo Crucificado e hijas de María
Auxiliadora" (XVIII, 1).
Serenidad
del corazón y fecundidad pastoral nacen las dos de una profunda comunión de
sentimientos e intenciones con Jesús: solo si estamos unidas a Él "las
cargas se hacen ligeras, las fatigas suaves, las espinas se convierten en
dulzura... Pero debéis venceros a vosotras mismas, si no, todo se hace
insufrible y las malas tendencias, como pústulas, resurgirán en vuestro corazón"
(L 22,21). Este es el proyecto de vida que hemos abrazado en nuestra Profesión,
con mucho entusiasmo y, quizás, con un poco de inconsciencia. Tampoco María sabía,
en su casita de Nazaret, que su sí la llevaría al Calvario, pero a lo largo de
toda la vida no se cansó nunca de perseverar en la fe, acogiendo, momento por
momento, las alegrías y los dolores en que se sentía implicada por Jesús.
En
nuestra vida cotidiana, muchas pequeñas o grandes ocasiones de completar en
nuestra carne "lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de
su cuerpo, que es la Iglesia.", (Col 1,24), corren el riesgo de ser
desperdiciadas porque el Señor no nos encuentra dispuestas a recibir de sus manos ni una sola espina de
su corona. A veces imaginamos que podemos morir mártires por la fe, pero no somos
capaces de aceptar un imprevisto que deshace nuestros planes…
Un
pequeño "ejercicio espiritual" para renovar concretamente la
disponibilidad a colaborar en la redención del mundo: en la oración de la
mañana le ofrezco al Señor, con la ayuda de María, la disponibilidad a aceptar
con amor - sin perder la paciencia, sin rebelarme - las pequeñas o grandes
espinas que se presentarán a lo largo del día. Por la noche, al hacer el examen
de conciencia, revisaré si lo he cumplido.
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