LA FMA HACE SUYO EL FIAT DE MARÍA
(Obediencia – art. 32) y (servicio de Autoridad
– art. 114 – 52)
María Mujer Obediente. Es cierto que también María, como las jóvenes
de su tiempo, soñaba la venida del Mesías. Lo que no sabía era cómo iba a
suceder. Dios Padre había envuelto a María con su gracia desde el nacimiento y
había preparado en Ella la morada para su Hijo Jesús. “Alégrate llena de
gracia”, le dice el Ángel a María, “concebirás un hijo, lo darás a luz y lo
llamarás Jesús”. No conozco hombre, respondió María. “El Espíritu Santo
descenderá sobre ti, sobre ti extenderá su sombra el poder del Altísimo. Aquel
que nacerá será por tanto santo y llamado Hijo de Dios” (Cf. Luc 1,26-38).
No era fácil comprender la palabra del Ángel, solo un alma pura, como
aquella de María, podía exclamar: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí así
como has dicho”. Solo un alma así, podía acoger en su seno la Pureza más Pura:
Jesús. Afrontar con fortaleza las consecuencias del “Heme aquí”. Ir rápido a la
montaña, embarazada de su Hijo, para ayudar a la Prima Isabel que esperaba
también ella un Hijo que sería llamado el Precursor. Olvidarse de sí para
escuchar decir: “apenas tu saludo llegó a mis oídos el niño ha saltado de gozo
en mi vientre”. ¿Milagro de su Fiat? El Sí de María ha hecho saltar de alegría
al Precursor en el seno de su madre (cf. Lc 1,39-56).
María obedece, desde el primer instante, a la Palabra de Dios, se
abandona y desde lo profundo de su corazón nace la Salvación: Jesús. En María
se ha conjugado el Sí y el don de Sí. El momento más profundo del su Fiat ha
sido la Cruz de su Hijo. Sin la Cruz no existe un Sí pleno, total. Es el
momento más doloroso y al mismo tiempo el más fecundo para quien, sin todavía comprender
el porqué de Dios, se abandona y en el momento del descendimiento del Hijo de
la Cruz, lo acoge con delicadeza y lo envuelve con ternura. En lo profundo de
su corazón sentía que aquello no era el fin. Su Hijo debía resurgir. Con su Sí,
María ha contribuido a la redención del mundo.
Para nosotras Hijas de María Auxiliadora llamadas a un servicio de
autoridad, no existe otro camino que aquel de María. Decir Sí a quien nos confía
una misión es sencillamente, como dicen nuestras Constituciones en el artículo
114: “Vivir en actitud de pobreza interior y de apertura al Espíritu. Expresar
con corazón de Madre el amor fuerte y suave de María”. María está llena de
gracia, por tanto, su obediencia está colmada de gracia, aunque no fuera fácil.
También nosotras necesitamos vivir una vida de gracia para vivir la Obediencia,
por esto es indispensable una profunda vida sacramental, sacándola
continuamente de la Eucaristía y del Sacramento de la Reconciliación.
Por tanto, una FMA abierta al Espíritu Santo, que cultiva en su
corazón la gracia de Dios, debería poner en el centro de su misión a la persona
y sentirse hermana entre las hermanas, sin el miedo de no ser reconocida en su
“autoridad”, porque, como decía Madre Mazzarello: “La verdadera Superiora es la
Virgen”. Crear un clima de confianza en el cual cada hermana se sienta feliz de
pertenecer a la Comunidad, al Instituto, a la Iglesia. Asumir la misión como
verdadero servicio y no como poder. Servir como María, en el silencio, sin hacer
ruido, yendo pronto al encuentro de las necesidades de las Hermanas, de los
jóvenes de la Comunidad Educativa.
Arrodillarse al final de la jornada para decir al Señor: has sido Tú
quien me ha sostenido en este día. Gracias por todo aquello que he podido hacer
y arregla lo que no he hecho tan bien. Golpearse humildemente el pecho para
pedir perdón si no se ha sido dócil al Espíritu Santo. Si no ha sabido decir:
“Heme aquí”, como lo hubiera hecho María, de frente a ciertas realidades
difíciles. Si no ha sido capaz de expresar el amor con el cual Dios la ama.
Ayudar con valentía a las hermanas a ir hacia las periferias llevando la
alegría de tener a Jesús en el corazón y así ser capaces de agradecer a Dios,
por el céntuplo que nos dona cada día, lamentablemente, algunas veces sin
merecerlo.
Vivir el servicio de autoridad con y como María nos hace grandes a los
ojos de Dios, porque Dios, que nos ha llamado a servir, nos recompensará y su
recompensa es inmensa. Todas, en lo grande o en lo pequeño, estamos llamadas a
vivir la obediencia como María.
¿Qué reconozco en mí que me impide vivir plenamente y con alegría la
obediencia?
¿Estoy pronta a asumir con serenidad las consecuencias del Sí dicho al
Señor delante de un servicio en la Comunidad?
¿Cuál es mi certeza más profunda delante de la autoridad? ¿Reconozco y
acepto esta tarea y correspondo cordialmente? (Cf. Art. 52).
Todo muy hermoso: 24 marzo y Novena a María Auxiliadora. ¡¡GRACIAS!!
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