Ejercicio
de Contemplación a Jesús con María y José en el Pesebre
¿Por qué
un ejercicio de «contemplación»?
La contemplación
es un modo de orar un poco diferente de la meditación. No se trata tanto de hacer
brotar pensamientos o reflexiones a partir de un fragmento de la Escritura,
sino más bien de permitir al Espíritu Santo despertar nuestros «sentidos
espirituales», o bien, aquella sensibilidad interior que el Padre nos ha
regalado para que podamos «gustar y ver cuán bueno es el Señor» (Sal 33, 9). Él,
en efecto, nos ha creado para que podamos entrar en la comunión plena con Él.
Por tanto, podemos creer que tenemos en nosotras mismas la capacidad para
conocerlo y para amarlo, no con palabras, sino con los hechos y en la verdad.
Propiamente,
gracias a la Encarnación, además, el amor de Dios ha venido en Jesús a tocarnos
en nuestra carne y a dejarse tocar por nosotros. La experiencia de Él, que han
hecho sus contemporáneos, es accesible aún hoy para nosotras, cada vez que nos
acercamos a recibir su cuerpo glorificado en la Eucaristía, cada vez que
pedimos su perdón en la Confesión, cada vez que acogemos en nosotras la Palabra
vivificada por el Espíritu, entonces, de
verdad, abrimos a Él nuestro corazón. Jesús se hace para nosotras luz, para ver en la verdad el rostro del
Padre, de las hermanas y de los hermanos y nuestro verdadero rostro; voz, que nos consuela, nos reprueba
dulcemente y nos instruye; pan bueno, que
sacia nuestra hambre; aceite medicinal, que
alivia nuestras heridas y ablanda nuestra rigidez; perfume del Cielo que nos invita a seguirlo donde sea y sin miedo.
Para entrar en la
contemplación es importante, en primer lugar, desearlo. En segundo lugar, es
necesario pedirle a Dios, con valentía, la gracia. En tercer lugar, se trata de
dejarnos ayudar por la imaginación. La facultad de imaginar aquello que nos
cuenta el Evangelio, en efecto, es un don que Dios mismo nos ha hecho para
ayudarnos a percibir su cercanía y su cuidado en nuestras confrontaciones. San
Francisco de Sales, en la Filotea, recomendaba
este modo de orar, porque «enriquece la voluntad, que es la parte afectiva de
nuestra alma, con buenas motivaciones» – como el amor a Dios y la confianza en
su bondad, el celo apostólico, la alegría, la compasión hacia el prójimo –, nos
ayudan a mantener el compromiso de nuestra voluntad, dándonos alas para avanzar
más velozmente, casi volando, en el camino de la santidad. Con gran ventaja
para nosotras mismas, para nuestras comunidades, para nuestra misión educativa
y para la Igleisa entera ¡Probar para creer!
Ficha
para el ejercicio de contemplación (Lucas 2, 4-7)
1. En el nombre de Jesús, pido al Padre el
don del Espíritu.
Puedo
repetir lentamente esta oración, inspirada en la cuarta estrofa del Veni Creator:
¡Ven Espíritu Creador…
Despierta en mí los sentidos espiriuales,
infunde en mí el fuego de tu amor,
sana y fortalece mi cuerpo y mi corazón!
2. Pido a Dios Padre, por intercesión de
María y de José, la gracia de poder entrar en la Grua de Belén para:
·
Encontrar
a José (Lc 2,4-5) y escuchar de él mismo la narración del viaje: los miedos,
los disgustos... y después la gran alegría...
·
Encontrar
a María (Lc 2,6): ha dado a luz en un lugar fortuito… quizás tiene necesidad de
mi ayuda ¿Qué puedo hacer por ella?
·
Adorar
al niño puesto en el pesebre (Lc2,7) y dejarme tocar por él: es el Pan que ha
descendido del Cielo… aún no sabe hablar, pero de Él ya sale una fuerza que
sana a todos…
3. Concluyo la oración con un coloquito de
corazón a corazón con María: le agradezco, le confío mi vida, mis propósitos,
todo aquello que tengo en mi corazón…
4.
Terminada
la oración, es importante custodiar con fe y amor aquello que el Espíritu Santo
ha sembrado en nosotras... ¡A su tiempo dará fruto!
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