giovedì 22 marzo 2018

SP 24 MARZO 2018


7.   La Mujer de la Alabanza –el Magníficat
Los rostros de María en la Escritura
El canto del Magníficat es el discurso más largo que la Escritura atribuye a María. Meditarlo con atención, a la luz del Espíritu, es como zambullirse en la interioridad de nuestra Madre y Auxiliadora. Es un texto poético que interpela no solo por aquello que dice, sino por cómo lo dice. Por esto, Sor María Romero lo oraba, no solo una vez al día, sino al compás de cada hora.


En el Magníficat podemos descubrir un verdadero y propio “discurso sobre Dios”, porque es un himno que canta el triunfo de Dios, obtenido mediante los pobres, los sencillos, los olvidados por los poderosos de la tierra. Por esto, para cantar el Magníficat con María, debemos sintonizarnos con el corazón de Dios y con el corazón de los pobres del Señor, que están presentados en la espiritualidad bíblica: los últimos, los enfermos, los oprimidos, las viudas, los huérfanos, los marginados, pero, sobre todo, aquellos que, en sus dificultades confían en Dios y no ceden a la tentación del rencor, de la violencia, de la desesperación.
La oración de María es bíblica, entretejida de citas y reminiscencias veterotestamentarias; es esencial y concreta, porque tiene en el corazón la justicia y la liberación. Es cristológica, porque está centrada en el anuncio del nacimiento del Dios Niño que toma carne en Ella; y también porque anticipa la oración de Jesús, que, exultando en el Espíritu Santo, bendecirá al Padre por su predilección por los pequeños (Lc 10,21.22). Es una oración universal, porque puede ser proclamada por todos los hombres de buena voluntad, en favor de todos los pobres y los humillados, sobre los cuales se extiende el manto amoroso de la misericordia de Dios.
El Magníficat inicia una explosión de alegría del alma, que reconoce la acción maravillosa de Dios. María expresa con gran libertad sus sentimientos de felicidad en la fe, de asombro en la contemplación, de paz en la donación. En la segunda parte del himno se presenta la actitud de Dios hacia los más pobres, los débiles, los últimos. También Jesús sigue esta lógica: se presenta como un Mesías que no irrumpe en el mundo con grandiosidad, sino que nace de una mujer humilde y sencilla. Esto es el escándalo de la cruz, que ha sido testimoniado con fuerza y conciencia por la primera comunidad cristiana

Para orar con la Palabra (Lc 1, 46-55)
1.      Me pongo en la presencia de Dios. Imagino que me encuentro cerca de María que canta al Señor por todo aquello que Él ha cumplido en su vida y en la vida de su pueblo. Pido la gracia de aprender a leer la historia y el momento presente a la luz de Dios.
2.      Invoco la ayuda del Espíritu Santo repitiendo lentamente esta (u otra) oración:
Espíritu Santo, hazme entrar en los sentimientos que dan origen al Magníficat. Ponme en sintonía con lo creado y con el Creador de todo, para captar en la trama diaria de mi cotidiano, tu acción y la gran misericordia del Padre. Amén”.
3.      Leo lentamente el texto del Magníficat (Lc 1, 46-55). Me detengo en tres puntos:
§  Una sinfonía de alabanza y de sorpresa (vv. 46-48): prorrumpiendo en júbilo, María deja su corazón y al Espíritu que está en Ella la libertad de cantar las maravillas de Dios en su vida. ¿Cómo es mi oración? ¿Dejo mi corazón y al Espíritu la libertad de expresarse, también a través de mis sentimientos?
§  Profunda profesión de fe (vv.49-50): El Omnipotente ha hecho y hace grandes cosas. ¿Qué me impide reconocer y creer en la fidelidad de Dios y de su amor? Renuevo el acto de fe en su poderosa acción salvadora que se manifiesta también en mi debilidad y fragilidad.
§  Una opción particular por los pobres (v. 51-53) María se reconoce “pobre” en el Señor y esto la hace profundamente solidaria con los pobres, los sufrientes, los abandonados de la tierra. Repito lentamente sus palabras, para que puedan hacer mi corazón atento y solidario como el suyo.
4.      Concluyo la oración con un coloquio corazón a corazón con María: le expreso mis sentimientos, la alegría y la gratitud, las dudas y las fatigas que el canto del Magníficat suscita en mí.
5.      Magníficat.
Después de haber concluido la oración, me detengo a reflexionar un poco: ¿Qué me ha sugerido el Espíritu en la oración? ¿Me ha animado y confirmado? ¿Me ha invitado a dar un paso de conversión? ¿Cómo pienso corresponder al don recibido en la oración?


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