2. La esposa –
Cántico 6,2-10
Los rostros de María en la Escritura – 24
octubre 2017
En el corazón de la Escritura, el Cantar de los
Cantares es por excelencia el libro del amor y de la vida. En el centro de un
jardín simbólico, rico de flores y de frutos, encontramos un hombre y una
mujer, acompañados aquí y allá por un coro: ellos representan la eterna pareja
que aparece en la faz de la tierra, envuelta en la ternura y en la fuerza del
amor. Propiamente, en este amor humano, según la Escritura, está oculta la
clave para acceder al amor infinito de Dios. Toda forma de donación en el amor,
en efecto, tiene como punto de referencia y como expresión máxima la unión del
esposo con la esposa, que se alimenta también de pasión, de realismo, se
sentimiento. El Cántico, de este modo, nos enseña a hablar del amor divino sin
perder de vista el amor humano, también porque es la experiencia inmediata que
hemos hecho antes de cualquier otro amor.
Y la tradición de la Iglesia siempre se ha servido
sin temor de esta analogía para ayudar a los creyentes a penetrar la altura, la
profundidad y la riqueza del amor entre el Creador y sus criaturas. Todo ser
humano, en efecto, ha sido creado para entrar en una relación de íntima
comunión con la Trinidad y María, gracias al vínculo místico que la une al
Padre a través del Espíritu, cuyo fruto es el nacimiento de Cristo, es el
cumplimiento más perfecto de este proyecto. María es la Esposa por excelencia.
Mirándola vemos hasta qué punto puede llegar el amor de Dios para nosotras. De
Ella aprendemos a ser, a la vez, Esposas elegidas y amadas por el Señor.
Todo el Cántico ha sido releído, a lo largo de los
siglos, en clave mariana, especialmente por los monjes y místicos. Ellos han
buscado, en sus versos, alusiones a los acontecimientos de María y a sus
características, por ejemplo a la inmaculada concepción (4,7); a la asunción
(2,10.13; 8,5); a la virginidad (2.2; 4.12); a la humildad (2.1). Las
invocaciones "Torre de David" y "Torre de marfil", que
encontramos en las Letanías Lauretanas, están inspiradas en el Cántico (4, 4;
7, 5). La imagen de María como "jardín de todas las virtudes" (4, 12-5,1)
y la representación, tan difundida en todo el mundo, de la "Virgen
Negra" (1,5) se refieren a los versos del Cántico.
El pasaje que proponemos aquí, para la meditación,
fue sin duda inspiración para Don Bosco en la composición de la oración "Oh
María Virgen Poderosa".
Para orar con la Palabra (Cantar de los Cantares
6, 2-10):
1. Me pongo en la presencia de Dios. Me imagino que estoy en el jardín
donde el esposo encuentra a la esposa y pido la gracia para entrar en la
intimidad de María con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
2. Invoco la ayuda del Espíritu Santo repitiendo lentamente esta (u
otra) oración: "Espíritu Santo, invádeme en la intimidad con la fuerza de
tu amor, como hiciste con María. Hazme conocer al Padre, como María lo ha
conocido. Hazme amar al Hijo, como Ella lo ha amado. Libera y sana mi corazón
de lo que me impide reconocerme amada por el Padre de modo único y total, desde
la punta de los pies hasta la punta de los cabellos, de sentirme deseada por el
Hijo, como su esposa, de dejarme conducir por Ti, en cada paso de mi vida. Amén".
3. Leo lentamente el Cantar del Cantar de los Cantares 6,4-10. Me
detengo en tres puntos:
-
-la presencia y la
pertenencia recíproca (vv 2-3): María es el jardín de Dios. En su compañía
Dios encuentra alegría y descanso. Y la presencia de Dios en Ella es el gozo y
el descanso de María. ¿Y yo, dónde encuentro mi alegría? ¿Dónde encuentro mi
descanso?
-
-la mirada del
Esposo ve la belleza de la Esposa (vv. 4-7): la belleza de María es su
fuerza. En ella la obra del Creador brilla sin sombras y sin manchas y este
esplendor asombra y conquista el corazón de Dios y nuestro corazón. También yo
he salido de las manos de Dios, fui creada por Él. Ahora mismo Él me mira y su
mirada sobre mí hace resplandecer mi belleza.
-
-la mirada del Esposo ve
a la singularidad de la Esposa (vv. 8-10): María es única a los ojos de Dios. Del mismo
modo, también yo soy única frente de Él. Cada una de sus criaturas lo es: cada
una de mis hermanas, cada persona que encuentro. Dirijo al Padre la pregunta:
"¿Quién es María para ti? ¿Quién soy yo para ti?”.
4. Concluyo mi oración con un coloquio de corazón a corazón con María:
Le expreso mis sentimientos, alegría y la gratitud, las dudas y las dificultades
con relación a su y a mi ser Esposa del Señor.
5. Renuevo mis votos orando con la fórmula de la profesión.
Después de concluir la oración, me detengo a pensar un poco: ¿qué me
sugirió el Espíritu en la oración? ¿Me animó o me confirmó? ¿Me invitó a dar un
paso de conversión? ¿Cómo creo que correspondo al don recibido en la oración?